martes, 20 de mayo de 2014

José Antonio García, de 091, con la novela Álter ego

José Antonio García e Ignacio Rosales Zábal con Álter ego
El largo túnel terminó,
la luz me dio la certeza.
Me encontré diciendo: «Adiós,
hasta siempre tristeza».

091
Un cielo color vino

Uno de los temas centrales de la novela Álter ego. Una historia siniestra es la música. Así, Santiago Tuga Ayo, el protagonista, comienza el segundo capítulo diciendo: «De todas las pasiones que me han acompañado a lo largo de la vida, debo confesar que la música ha sido aquella a la que me he entregado con mayor devoción, hasta el punto de traspasar la frontera de la obsesión.»

Movido por esta obsesión, cada uno de los capítulos de la novela, escrita a modo de autobiografía de Santiago, está encabezado por una canción. Nueve canciones que cuentan nueve historias. Nueve canciones que inspiran el argumento de cada uno de los capítulos.

Es en el quinto capítulo donde encontramos a 091. Se dice que no hay quinto malo; por eso, el mítico grupo granadino es el responsable de iniciar un capítulo en el que la historia da un giro, donde irrumpe con fuerza uno de mis personajes favoritos: Alicia.

091 fue, y sigue siendo para sus numerosos seguidores nostálgicos, un grupo de culto. Demasiada gente piensa que, a pesar de su éxito notable, no tuvieron todo el que se merecían. Sin duda merecieron mucho más, pero el negocio de la música es, en repetidas ocasiones, ingrato. El negocio de la vida también.

091 encabeza el Capítulo 5 de
Álter ego. Una historia siniestra
091, como inmejorable representante de la música de Granada, tenía que estar ahí, sonando con fuerza en mi primera novela. El grupo aparece con los versos que dan comienzo a Un cielo color vino, una canción más melódica que roquera, una canción que dan ganas de cantar a voz en grito, cuyos versos precisan ser arrojados al aire desde el fondo de las entrañas. Al menos así la cantaba José Antonio García, el Pitos, el vocalista de la banda. Con esa voz fuerte y desgarrada, en una especie de lamento esperanzado que proclamaba dignidad y sensibilidad a partes iguales.

En estos días he tenido el privilegio, y el honor, de conocer a José Antonio García. Lo primero que se percibe de él es que sigue teniendo una planta estupenda. Alguien debería estudiar por qué algunos mitos del rock siguen conservando un aura especial aunque ya peinen canas y luzcan arrugas. Han pasado muchos años desde que se bajara de aquel escenario del anfiteatro de Maracena, donde los Cero dieron su último concierto, pero su porte sigue impresionando. Lejos del escenario, en la distancia corta, José Antonio García es amable y cariñoso, con una sonrisa franca que no está exenta de cierto misterio. Me habían hablado bien de él. Es cierto. No hay duda de que es un tipo muy cercano.

Ignacio Rosales Zábal dedicando Álter ego a José Antonio García
José Antonio me dio las gracias por incluir unos versos de 091 en la novela. Yo le di las gracias por tantas canciones, por tan buenos momentos, por aliviar tantos malos, por tanta música. Y nos hicimos algunas fotos, para que cuando pase el tiempo los recuerdos permanezcan intactos, para poder presumir de haber conocido a uno de los mitos del rock granadino, para tener la satisfacción de que, así lo espero, José Antonio lea la novela y le guste.

José Antonio García, Nacho Rosales y
Óscar Gallardo / Nico Hernández (El Hombre Garabato)
En estos días José Antonio García anda enredado con el estupendo y prometedor grupo granadino —y buenos amigos— El Hombre Garabato en un proyecto de financiación colectiva para poder sacar a la luz un nuevo disco, un disco en vinilo, como los de antes. Yo ya he hecho mi aportación, así que para el mes de septiembre no solo podré volver a escuchar en casa y en el coche un montón de buenas canciones interpretadas por José Antonio, sino también asistir a un concierto acústico para disfrutar con las guitarras y voces de Nico y Óscar, los teclados de Nacho, el bajo de Guille y la batería del recién incorporado Carlos. Y todos ellos, de por sí alucinantes, confabulados con una de esas voces que siguen estremeciendo, la de José Antonio García, el tipo que durante un buen puñado de años llenó las paredes de mi habitación con aquel gigantesco póster del disco Doce canciones sin piedad, póster que, por cierto, no era mío, sino de mi hermano.

Ignacio Rosales Zábal

2 comentarios:

  1. Uf!!, qué recuerdos.... Aquel póster que ocupaba gran parte de aquella pared de nuestra atestada habitación.... Buena memoria.

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  2. A mamá no le gustaba nada aquel póster porque decía que era muy oscuro...jejeje

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